Un río de poemas manuscritos en papel
fluye; frenético, ante mi persona
mientras una voz salida de ultra tumba
me grita:
-¡Hay que leer a Góngora!-
¡Góngora!
¿Por qué Góngora?
-¡Es bueeeeno estudiaaaar a Góonnnnnnnngora!
Así es que despierto
cerrados aún mis ojos,
mis manos entumecidas
buscando el borde de la sábana,
lo alcanzan; lanzándola con violencia,
me incorporo tambaleante,
bajo las escaleras granitadas,
enciendo el ordenador
abro el explorador
conecto el buscador
y escribo:
-Góngora, poemas-
Y allí aparece, benévolo y soberbio
el Hombre, el Poeta, el Maestro, el Genio,
su cabeza ladeada,
su mirada penetrante,
su sonrisa a medias,
la sonrisa serena y confiada
del que reconoce su propia grandeza.
Y tan sólo me demuestra su alegría
con un gesto de invisible bienvenida.
Y finalmente entiendo
el por qué de ese sueño…
El Genio estaba molesto,
el Maestro, resentido,
el Poeta, lastimado,
el Hombre envidioso (solo un poquito)
porque los leí a todos menos que a él;
y bajo mi vista hacia un poema
y leo y leo y leo y leo y leo.
Maestro disculpe mi indiferencia,
perdone mi necedad,
pero ya vio vuestra merced
que comencé a leerle,
así que por favor,
por lo que más quiera
ya no me jale los pies cuando duermo
en las noches
¡se le agradece!